Charlot huía de su tía que la perseguía con una carroza con hermosísimos caballos que colgaban un cabello blanco, como la nieve.
Su tía, la señorita Elisa, que de hecho la trataba fatal, desde que fallecieron sus padres, la obligaba a que se casase con el príncipe de Suiza, el gran príncipe Marcos.
Pero Charlot todavía no había encontrado su verdadero amor. A Marcos ni le conocía, pero estaba segura de que no era de su tipo.
Charlot seguía corriendo hasta que llegó a un pueblo pequeñito, pero con un arco de piedra enorme acompañado de una muralla de unos 3m.
Charlot se adentró en aquel pueblucho, se escondio detrás de una panadería con un olor intenso a pan; miró hacia un lado y luego al otro. Su tía no estaba, pero en lugar de eso apareció un hombre de cabello castaño con ojos verdes como el prado.
Charlot posó sus ojos en los suyos y ambos sintieron una curiosidad por el otro y sin pensarlo más Charlot dejó guiarse por su corazón.
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